Los cambios estructurales, los macropolíticos, no van a solucionar el problema de la exclusión en las escuelas.
Esos cambios estructurales son necesarios, pero debemos actuar sobre las culturas dominantes en las escuelas y aquello que está de “la piel para dentro”, o sea lo que pensamos y sentimos. Por eso es tan difícil este cambio.
No se trata de instaurar una metodología y ya está, sino de llegar a ser conscientes de cómo afecta a las personas que digamos cosas como que un chico o chica de catorce años “tiene una edad mental de dos años”, imposibilitando que pueda estudiar la secundaria con el resto de estudiantes de su edad.
Se trata de una agresión verbal que interpreta que hay una sola forma de tener una edad concreta.
La escuela no puede pensar que el problema solo está allí, en la forma de pensar, de moverse o de vivir del otro o la otra, sino que necesariamente está “aquí”, porque si quiere ser inclusiva, tiene que estar dispuesta a transformarse hasta el punto de que ese sea el alumno correcto.
Solo con esta voluntad de transformarnos, conseguiremos una educación verdaderamente inclusiva.
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